La borrasca desató su furia sobre el autobús cuando recorríamos los últimos kilómetros antes de llegar al Pueblo de Okina.
Galería fotográfica
La borrasca desató su furia sobre el autobús cuando recorríamos los últimos kilómetros antes de llegar al Pueblo de Okina. Por suerte, la lluvia remitió después de equiparnos con botas y polainas, que en cualquier caso fueron de gran utilidad para el barro y el agua.
Animados por el cambio metereológico nos adentramos en un exuberante bosque de hayas, cruzando pequeños arroyos y caminos rurales. Hacia las once realizamos el esperado “hamaiketako” cerca del arroyo de Santo Tomás.
El recorrido continuó por el hayedo, pasando por antiguos mojones y caminos centenarios envueltos en una niebla sugerente… Finalmente, según descendíamos a la llanada, la vegetación se tornó más seca y mediterránea, con abundancia de robles, encinas y enebros.
El aire y el ambiente se aclararon e incluso salió un poco el sol cuando llegábamos sin incidentes a nuestro destino: el pueblo de Andollu.